El ataque sufrido por la Vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, este jueves 1° de septiembre, conmovió a los argentinos. La intolerancia, la oscuridad mental, el odio, las fuerzas oscuras, persisten dentro de la sociedad y alteran el libre ejercicio de la Democracia.

El atentado, fuera de los límites de la convivencia democrática, hizo recordar los peores momentos de la humanidad ocurridos en el mundo (en Estados Unidos y en Europa, o el fallido atentado a Lisandro de la Torre en 1935, en el senado de nación argentina que le costó la vida al senador Bordabehere).

La gravedad de los hechos, luego de la lógica sorpresa, quedó evidenciada ante las manifestaciones de repudio de todas las fuerzas de la democracia, con las conocidas excepciones de ciertos personajes antidemocráticos.

La reacción de la amplia mayoría de los argentinos permite albergar la esperanza de que sea imposible la repetición de estos hechos, pero esta irracionalidad tiene orígenes que es necesario desentrañar. Hasta dónde existe responsabilidad en ciertas manifestaciones mediáticas, donde valen los insultos y las declaraciones de odio que se pueden leer y ver en diarios y TV.

Las manifestaciones populares y los actos públicos, que en estos momentos transitan calles y plazas del país, las declaraciones de todos los sectores, son una forma de revalidar el sistema que los argentinos, luego de los años de dictadura, hemos elegido para nuestro país.

Nadie debe quedar, más allá de sus preferencias políticas o ideología, sin repudiar hechos como el ocurrido y sin defender la democracia. Es una forma de preservar la convivencia comunitaria y la vida y la libertad de todos.