Hoy vecina de Martínez, óptica de profesión con negocio en la calle Rawson, de La Lucila, Sara Isabel Garino cumplió 100 años el 12 de junio último. Familiares y amistades la agasajaron, y no faltó su amiga del alma, Elba Sánchez (88). A los 95 Sara publicó el libro, Monumento al General Martín Miguel de Güemes-Autor Escultor Víctor J. Garino, en homenaje a su padre. De niña se destacó en la pelota al cesto, y de adulta militó y milita en la Unión Cívica Radical.
“Para mi es un año más, tranquila”, dice Sara Garino, sentada en el living de su casa de Martínez. Pero hay que tener en cuenta que se refiere a su año número 100. El 12 de junio los cumplió rodeada de la familia y amistades. “Cuando me hablan de los 100 años tomo consciencia de que son muchos, pero para mí es un año más” reafirma (risas). Recibió de parte de la intendenta de Vicente López un ramo de flores
Sara -amistades y familia la llaman Sarita- nació en una casa de la avenida Honorio Pueyrredón, en la CABA, cuando todavía se llamaba Parral, esa arteria. Ella lo recuerda. Luego de adulta, ya en pareja con Jorge, su marido, se mudó a La Lucila, donde además pusieron el negocio familiar, una óptica en la calle Rawson.
Sara estudió letras, es óptica de profesión, además; y también estudió laboratorio y análisis clínicos -recordó- y se desempeñaba en hospitales de la CABA. La charla con Sara se hace amena y tiene lugar también con su amiga del alma, Elba Sánchez (88), con quien ha compartido y comparte muchas aristas de su vida.
De hecho, llevan adelante el Centro Cultural Los Naranjos, también en La Lucila. Allí, en el taller literario Sara se apoyó para escribir -entre los 93 y los 94 años- el libro, Monumento al General Martín Miguel de Güemes-Autor Escultor Víctor J. Garino (Ed. Botella al Mar, 2018), en homenaje a su padre, que fue un gran y reconocido artista.
El Libro
Ella relata que los materiales para la obra estaban en su casa. Recortes de diarios, premios, escritos. Y la idea del libro surgió por otro libro, sobre la vida del artista Quinquela Martín, gran amigo de su padre. El propio Quinquela le había regalado un libro biográfico a Sara. En el prólogo de la obra sobre su padre ella lo cuenta.
Y durante la charla lo recuerda: “En ese libro el autor contaba que le había dicho a Quinquela: “vos tenés que escribir un libro porque la gente tiene que saber quien sos”. Y Quinquela le contesto: “pero yo no soy escritor”. Entonces el autor le dijo ahí: “bueno, vos dame los datos, y yo lo voy a escribir”. Se refería al escritor Andrés Muñoz.
Sara recordó que cuando ella leyó esa anécdota pensó: “bueno, yo tengo que hacer lo mismo con mi papá. Y no tuve que buscar un escritor. Lo escribí yo”. Su amiga Elba aporta que Sara no solamente estaba capacitada para escribir la obra, sino que “tenía todos los documentos y así lo escribió ella en un año”, señaló entonces Elba.
Sara era la mayor de tres hermanos, con dos varones. Ella los recuerda: uno llegó a ser arquitecto y paisajista; y otro falleció muy pequeño. También recuerda que ingresó a la primaria sabiendo leer, pues aprendió cuando su mamá le enseñaba, en casa, a una niñera que la ayudaba en el cuidado de los hijos.
“Ahora es más independiente la vida de las mujeres. Con mis hermanos siempre fuimos muy unidos, nos llevábamos bien. Papá tenía su estudio en la casa de Caballito y yo me crie mucho en ese ambiente de arte”, recordó también la mujer. Y mostró mucho amor y respeto por su padre escultor. “Era un gran creador mi papá”, lo recuerda.
Con Elba
Práctica sobre la visión de la vida reconoce que se dedicó a la óptica pues “alguien me dijo, no recuerdo ahora: “se gana buena plata y es poco trabajo”, entonces me pareció una buena idea” (risas). Luego también se desempeñó, como laboratorista, en los hospitales Rawson y Fernández, de la CABA, sin dejar de lado la óptica.
Con su marido Jorge –tuvieron tres hijos- recuerda las cenas después de otro trabajo de él, como jefe de la Biblioteca del Maestro (pasaje Pizzurno al 900, CABA). Trabajaba turno noche Jorge. Y luego cenaban juntos en un restaurante cercano. “Íbamos ahí siempre a la noche, no sé si estará todavía, La Perlita creo que se llamaba”, recuerda.
Con Elba se conocieron en los `90. Las dos le dedicaban tiempo a la militancia política en un comité radical de La Lucila. Su amiga tenía una panadería también allí. Sara iba a comprar medialunas, y así estrecharon lazos. Tanto que, en una oportunidad, cuando Elba debe cerrar su negocio, hasta vivieron juntas. Y compartieron más de una década.
“Siempre nos llevamos bien -relata Sara y Elba a su lado asiente- iba a la galería cerca de su panadería a hablar por un teléfono público con otra amiga. Pero pasaba por la panadería a hablar con Elba. Y cuando cerraba mi negocio volvía a pasar, aunque ella también había cerrado y preparaba cosas adentro. Vivimos juntas 13 años”.
Luego Elba se fue a vivir con una hija “pero la
amistad siguió”, enfatiza Sara. En el Centro Los Naranjos compartieron casi
27 años. También vendieron juntas “Herbalife”. En la actualidad, Sara vive en
Martínez, con uno de sus hijos cerca. Y Elba vive en Olivos. Pero la amistad
continúa férrea y así seguirá hacia el futuro coinciden ambas.
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