De las más destacadas obras del poeta y dramaturgo alemán Friedrich Schiller, podríamos mencionar dos: la Oda a la alegría (1785), cuyos versos Beethoven musicalizó en el cuarto movimiento de su novena sinfonía, y que la Unión Europea instituyó como su himno oficial. La segunda, es un drama en verso y cinco actos, que Schiller publicó en 1804.
Guillermo Tell en una obra de teatro
La obra está basada en un personaje legendario de la independencia suiza, llamado Guillermo Tell, ballestero famoso por su puntería, con acciones que transcurren a finales del siglo xiii. Esta obra, que a lo largo de los años conoció diversas adaptaciones, y a la cual Gioachino Rossini le dedicó una ópera, se está representando actualmente en el Teatro de Repertorio de Vicente López, que lleva ya más de 30 años de producción y enseñanza de las artes escénicas.
En la puesta que presencié el pasado viernes, el director Roberto Aguirre dispuso un elenco de doce actrices que representan personajes masculinos y femeninos, con un elaborado vestuario. La coreografía está a cargo de Camila Ballarini, los arreglos vocales son de Victoria García Montealegre, con Gimena Furlani como asistente de dirección y Martín Hoffmann en Arte.
La historia está ambientada entre lagos y montañas alpinas, y narra las vicisitudes de los pueblos que aspiraban vivir en libertad. Como un cuerpo orgánico, las doce actrices en escena manejaron la dinámica de la escenografía con elementos simples y eficaces. Ya desde el principio, el elenco femenino sorprendió al transformarse en un afinado coro a capella, entonando melodías de carácter bucólico. A ese primer indicio de calidad, se iban a sumar otros a lo largo de la función. Uno de los más importantes: la calidad poética de los textos de Schiller fue vertida sin concesiones a la vulgaridad o al aplauso fácil.
Otro punto interesante es la elección,
por parte del director, de un elenco exclusivamente femenino, para representar una
mayoría de personajes masculinos. A pesar de lo que podía suponerse de
antemano, el recurso funcionó muy bien, y le dio a la escena un color muy
cálido y de plástica belleza gestual. Es válido mencionar, que en el elenco hay
desde actrices experimentadas hasta otras muy jóvenes, lo cual muestra un grupo
vivo y en evolución. La representación de personajes masculinos lució natural,
sin buscar remedar a los hombres.
Ayuda también, que cuando hay un libro de calidad, y se lo cuenta bien, voluntariamente suspendemos la incredulidad y dejamos que nos lleven libremente por todos los rincones del relato. Con esa expectativa, vemos como algo lógico que en el siglo XIII aparezca un megáfono, o una cámara de video que replica en una pantalla los últimos momentos de un personaje. Me pareció muy bien lograda la escena en que Guillermo Tell dispara la flecha, que es llevada ostentosamente hacia la manzana que estaba sobre la cabeza de su hijo. En una escena parecida, en medio de un tumulto, la flecha final es conducida con firmeza hasta el pecho del opresor vencido.
Es destacable también, que el director haya incluido, y en vivo, al instrumento más expresivo de la orquesta: la voz humana. En algunos monólogos dramáticos, a la música del texto de Schiller se sumaba el canto, en pianísimo, de una voz femenina solista que, en lugar de tener un mero papel decorativo, enriquecía la emoción del mensaje. Esto es imposible de igualar con una consola y sonidos grabados.En un pasaje decisivo, el drama se detuvo en un remanso de reflexión, mientras el grupo actoral entonaba los versos introspectivos de la canción “Ojalá”, del cantautor cubano Silvio Rodríguez. Cabe aclarar que la obra que presenciamos, por extensión y profundidad dramática, es exigente, tanto para los intérpretes como para los espectadores. Schiller, que en vida conoció persecuciones y el calabozo por publicar sus ideas, nos cuenta una historia, que además de entretener, conmueve y hace pensar. Esa elevada temática, la perpetua búsqueda de la libertad, tan sensible y vital para la naturaleza humana, mantiene vivo el mito a través de los siglos. Debemos agradecer entonces a Roberto Aguirre, y a su equipo, por haber acercado a Guillermo Tell a nosotros, con una versión que justifica el bien ganado prestigio del Teatro de Repertorio.
Fernando Medan
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