Tío Vania es una obra dramática en cuatro actos de Antón Chéjov, publicada en 1898. La versión de María del Carmen Sánchez, dirigida por Roberto Aguirre, se está representando los viernes a las 21 en el Teatro de Repertorio de Vicente López.
El elenco está conformado por Carlos Berraymundo, Graciela Cirigliano, Pablo Fernández, Cecilia Fernández Goyen, Julio Pantaleón, María Del Carmen Sánchez, Daniel Vint Silveira, y Ana Wardak. Música a cargo de Valentina De Prado y Paula Tuero, Martín Hoffmann en Arte, y con la coreografía de Camila Ballarini.
El autor, a fines del siglo diecinueve, ya se perfilaba como ambientalista, expresando a través del personaje Astrov, médico rural, sus inquietudes por los peligros de la deforestación y de todos los males derivados de la destrucción de la naturaleza.
La pieza está ambientada en una finca rural de la Rusia imperial, donde Tío Vania lidera una familia de campo. Según el estilo de Chéjov, los personajes son personas comunes y familiares, con todos sus defectos y virtudes. Bajo esa engañosa sencillez, la trama de la obra nos lleva a descubrir la complejidad de las pasiones humanas, con una permanente colisión entre la amarga decepción y la esperanza, en una incierta búsqueda del sentido de la vida.
Esta puesta en escena dosifica con acierto la
intensidad trágica del relato, con variados elementos de contraste, que
permiten al espectador seguir la trama con facilidad. Comienza con el simulacro
de un ensayo, donde el mate reemplaza al samovar, o sea a la tetera rusa, hasta
que los personajes descartan los inútiles libretos impresos en una urna. En las
siguientes escenas, los cambios de escenografía son dinámicos y en tiempo real.
Como nos tiene felizmente acostumbrados Roberto Aguirre, la música es en vivo,
y no es meramente decorativa, está integrada a la trama. Una cantante, a veces
a capella y en otras, acompañada por un acordeón, introduce alternativamente
canciones eslavas en ruso, en otros casos en español o en francés.
Todos los efectos visuales, así como los musicales, están graduados en forma equilibrada. En ese acierto, se adivina la mano invisible del director, que sabe que una pincelada de más en el lienzo, puede arruinar una obra maestra. Al estilo de los buenos directores de orquesta que ensayan los silencios, también demuestra conocer el valor estético y dramático de la ausencia de sonido. En una de las escenas, un actor desgrana un monólogo. La joven ejecutante del acordeón, sentada a su lado, con una mirada indiferente, posa sus manos en el teclado. En un momento el fuelle se abre con un movimiento de aire que simula un suspiro, pero eso será todo, porque el instrumento sigue en silencio. El soliloquio del personaje se extiende, con la compañía de la joven de mirada impávida con las manos en las teclas, que amenaza con tocar. Pero el silencio sigue, cada vez más intenso, y a esa altura, el instrumento asciende desde la categoría visual, hasta revistar como un personaje más, que nos incita a suplir con nuestros pensamientos lo que la música se niega a decir. Entonces, descubrimos que Chéjov está allí, al acecho, y nos arrastra al escenario para darnos un lugar en su libreto.
Escribo estas líneas al estilo del diario de un viajero, cuyo propósito último es contagiar su propio entusiasmo por visitar nuevos horizontes, pletóricos de paisajes lejanos y hermosos. Esos caminos, no se pueden transmitir, ni menos resumir, hay que vivirlos.
Jorge Luis Borges afirmaba que nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar, porque cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden, y que, si tratamos de resumirlo, veremos que algo precioso se ha perdido. Algo similar sucede con el teatro de Chéjov: no puede particionarse el encadenamiento de las escenas, porque siguen un plan determinado, y al igual que en una sinfonía, solamente podemos percibir su significado en el último acorde del final, cuando nuestra memoria reconstruye su esencia como una totalidad indisoluble.
En esta época, donde abundan las expresiones minimalistas que postulan que quince minutos es el tiempo máximo de atención posible para un espectador promedio, debemos valorar en grado sumo, que en el Teatro de Repertorio descrean de esa falacia, y la refuten en forma contundente, como hemos comprobado otra vez, ahora con esta representación de Tío Vania. Hacemos presente nuestro agradecimiento al director Roberto Aguirre, y a su talentoso elenco, por haber traído hasta nosotros esta admirable obra de Antón Chéjov.
Fernando
Medan
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