Cada 9 febrero la comunidad de la parroquia Santo Tomás Moro, de Vicente López, recuerda el paso por esos lares del padre Pablo Tissera (1926-1997). La vocación de Tissera por los más pobres, su entrega a Jesucristo a través de la promoción de los más vulnerados y necesitados, siempre se mantiene presente.

A 27 años de su fallecimiento, el 9 de febrero de 1997, la comunidad de la parroquia Santo Tomás Moro recordó al padre Pablo Tissera. Hubo una misa que presidió el flamante obispo de la diócesis de San Isidro, Mons. Guillermo Caride; y lo acompañaron el párroco, Carlos Santarelli, y el vicario parroquial, Juampi Contemponi. Como parte del homenaje al recordado Padre Pablo, el vecino, Guillermo Di Menna, presentó su libro, Padre Pablo Tissera, sobre la base de una recopilación de charlas mantenidas en 1993, sobre la vida del sacerdote.    

La feligresía de Santo Tomás Moro, la asociación que lleva su nombre y mantiene su legado y sus valores, y la comunidad en general, reconocen en el cura fallecido aquel 9 de febrero de 1997, a alguien que amaba a su prójimo sin cálculo alguno, y ayudaba sin otro compromiso que la dignidad de sentirse hermanado.

Esos y otros valores se recuerdan siempre del Padre Pablo. Este año particularmente, el flamante obispo diocesano, Guillermo Caride, presidió la misa en homenaje al comprometido sacerdote. Como otros años, algunos de quienes lo conocieron personalmente  dieron testimonios en primera persona sobre él.

Esta vez no pudo llegar su hermana Selva, que suele ser de la partida; y siempre acompañó a su hermano. Y no faltaron referentes sociales del distrito, creyentes o no, de diversas entidades, unidos por la admiración a un cura que mantenía un oído en el evangelio y otro en el pueblo, sin más. 


Padre Pablo

El padre Pablo llegó a la diócesis sanisidrense en 1965 y se dedicó a la educación como vicario episcopal (una suerte de encargado diocesano del tema). Aunque tuvo cargos de profesor y rector en diferentes colegios católicos de la región, siempre se preocupó por los problemas sociales y tendió una mano a los necesitados.

En 1968 llegó a la pequeña sede misional, Santo Tomás Moro. Una casona en la calle Urquiza 1450 de Vicente López. Pero antes, en 1966, había fundado dos albergues para estudiantes universitarios de escasos recursos, que sobre todo provenían del interior. El padre Pablo era cordobés, y conocía bien la situación.

El  Hospedaje los Tranvías, en Roca y el río,  tenía seis vagones disponibles para los jóvenes estudiantes. Luego abrió otro lugar con ese fin en Marconi 1236, donde se hospedaban al menos 25 estudiantes. Su vocación por los necesitados no pasó inadvertida entre los creyentes, y la vecindad en general.

Esas no fueron sus únicas obras, desde ya. También se recordaba el domingo la Casa de Jesús, en Laprida 2475, para chicos sin hogar en edad escolar. Y la Casa de María, Alsina 2311, para niñas de 2 a 9 años también en desamparo. Sin duda el padre Pablo interpeló a su comunidad, y esta respondió.

El libro

Como parte de la celebración religiosa en homenaje al padre pablo, el vecino Guillermo Di Menna presentó su libro: Padre Pablo Tissera. En trescientas páginas el concejal mandato cumplido del distrito (1987-1991) transcribe conversaciones con el padre Pablo, en 1993, sobre su vida, obra y pensamiento.

En diálogo con Prensa Libre Di Menna relató que comenzó a escribir el libro a  25 años de la partida del Padre Pablo. Tuvo el material inédito más de  treinta años. Para explicar el porqué del momento apeló a su fe. “Juan Bautista de La Salle decía: `Me di cuenta al final de la vida. Dios conduce, y a veces uno ni se da cuenta`”.

Y explicó: “Soy lasallano. Cuando le hice el reportaje a Pablo, no tenía idea de escribir un libro. Solo me llevó la intuición de que no se podía perder el testimonio de vida de este hombre bueno. (...) Le puse el grabador un 7 de setiembre de 1993. Empecé a preguntarle cosas, y, durante varios meses, él me contó toda su vida”.

“En un momento -recordó Di Menna- se cortó porque él estaba muy grave. Había tenido un par de infartos cerebrales. Y eso quedó en mi grabador. Y me dije, bueno, en algún momento algo pasará. Y pasaron muchos años ¿No? Mi voz en la grabación me parece la de un niño, casi 35 años”, señaló, no sin emoción.

Y reveló: “Hace dos años y medio me puse a escribirlo. Algo me dijo ´es el momento´ Me acerqué a la información que tenía la asociación (Tissera). Y empecé a armar el calidoscopio de su vida ¿Viste? Sentí que era como armar un rompecabezas. (...) En tiempos donde, en verdad, no hay modelos a imitar”.

Para Di Menna el ejemplo del Padre Pablo está vigente. En esta línea remite a un párrafo al inicio del libro que habla del paraíso. “(...) Yo el paraíso lo puedo tener en Callao y Corrientes (...) si mi alma está en paz (...) Si mi alma está puesta en Dios (...) en una tendencia hacia los hombres (...) Hacia las necesidades de mis hermanos”.

Un hermano

Luego, el padre Santarelli, que también lo conoció en persona, recordó un par de anécdotas muy descriptivas, y su semblanza. “Pablo -señaló- tiene una virtud que hoy es importante (...) Una  primera cualidad: él no se ponía por encima del otro, nunca. Él era siempre: `¿Qué tal, cómo estás, Chango? ¿En qué te puedo ayudar? ¿Para qué puedo`”. 

“Pablo -agregó-, y su hermana Selva, eran parte de una familia con mucho amor y solidaridad. Y nunca dejó de ser eso. El hombre sencillo para todo tipo de gente. Tampoco se quedaba solo con los sencillos. Èl sabía pedirle al rico para darle al pobre. Y no le quedaba nada en el bolsillo. (...) Y la tercera: la capacidad de escucha”.

Santarelli misionó en Cuba, hace muchos años atrás (1995), y recordó que el padre Pablo lo visitó allá. Y sobre todo recordó que el día que volvía a la Argentina unos niñitos cubanos le pidieron en la calle. Él no llevaba qué darles, pero como tenía el pantalón sobre un short de baño, no dudó, se los quitó y se los regaló.

El problema surgió pues llevaba allí documentos y pasaporte, y no los sacó, entonces hubo que buscar a los niños para que se los devuelvan. Santarelli también recordó que en los`80, en Vicente López, armó una olla popular -la “Mesa de Dios”-  para trabajadores y gente de la calle que dormían bajo el puente de la General Paz.

Santarelli contó que él estaba en una parroquia de Virreyes donde también se daba de comer, y algunos llegaban a comer después de trabajar o pedir por Vicente López. Santarelli le propuso hacer un listado de los comensales. Y él padre Pablo se opuso terminantemente para respetar la dignidad de quienes concurrían.

“¿Qué voy a andar tomando nombres? Que venga todo el que quiera. No voy a pedirle nombre a nadie. Que vengan y coman. Que acá lo que hay se come y lo que no, no”, relató Santarelli que le dijo el padre Pablo. “Para mí -señaló Santarelli- eso es la actualidad que tiene Pablo, que no hace falta ser cura para tener esa virtud”.

Y reafirmó: “Es la integridad de un ser humano sencillo. Pero hombre que sentía que Dios pasaba por él de esa manera. El escuchar las situaciones de todos. Y que todo sea para la gente. Me parece que son virtudes difíciles a veces de encontrar, humanas, centrales y fundamentales. Y que las puede vivir cualquier ser humano”.

En Vicente López, al poco tiempo de su muerte, el Deliberativo local instituyó en honor del padre Pablo, el “Día de la solidaridad” (Ord. Nº 10.990) el 9 de agosto, día de su ordenación. Existen, el Hito a la solidaridad, en Urquiza y av. Maipú; y el Jardín maternal Nº 13, lleva su nombre; entre otros reconocimientos. .

Gustavo Camps